La corriente eléctrica fue descubierta casualmente por el profesor de anatomía de la universidad italiana de Bolonia, Luigi Galvani (1737-1798). Un día de 1786, mientras él diseccionaba una rana, un ayudante produjo una chispa con una máquina electrostática situada en la misma habitación. La chispa causó una corriente eléctrica que conectó con Galvani y, a través de su escalpelo metálico, pasó a la rana muerta, que contrajo sorprendentemente sus músculos, «como si hubiese sufrido un calambre» (en palabras del profesor Galvani). Deduciendo del fenómeno la existencia de lo que él llamó electricidad animal, Galvani dio un paso crucial en la demostración experimental de la existencia de lo que luego se llamaría corriente eléctrica.
El 5 de diciembre de 1664 se hundió un barco en el estrecho de Menay, en la costa norte de Gales, muriendo 82 pasajeros, todos los que componían el pasaje, salvo un hombre llamado Hugh Williams. El 5 de diciembre de 1785, otro barco se hundió, pereciendo 60 pasajeros y dejando un único superviviente, llamado Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860, el hundimiento de un tercer barco provocaba la muerte de 25 pasajeros y un único superviviente, llamado —¿cómo no?— Hugh Williains.
El 11 de noviembre de 1913, una tempestad hundió doce barcos en el Lago Superior de Norteamérica, con el resultado de 254 personas muertas. Diecisiete años después, también el 11 de noviembre, otra tempestad hundió cinco embarcaciones en el mismo lago, muriendo 67 personas. En 1975, ese mismo 11 de noviembre, un carguero repleto de mineral, el Edmund Fitzgerald, se rompió en dos en su travesía del lago a causa de una tormenta, muriendo sus 29 tripulantes.
Los cinco hijos del matrimonio estadounidense formado por Ralph y Carolyn Cummins nacieron un 20 de febrero pero de distintos años: Catherine, en 1952; Carol, en 1953; Charles, en 1956; Claudia, en 1961, y Cecilia, en 1966. ¡Todo un milagro de exactitud! Hay que tener en cuenta que se ha calculado que la probabilidad de que cinco hermanos no gemelos tengan la misma fecha de nacimiento es de 1 contra 17.797.577.730.
En la primavera de 1975, un bebé cayó desde una altura de 14 pisos en la ciudad estadounidense de Detroit, aterrizando sobre Joseph Figlock, ocasional transeúnte. Un año después, volvió a ocurrirle lo mismo al señor Figlock con otro niño. En ambos casos, todos los implicados sobrevivieron.
El constructor de la ciudadela de la Bastilla, Hugues Aubriot (?-1382), preboste de París y constructor también del Chátelet, el puente de Saint Michel y el primer sistema de cloacas abovedadas de la capital francesa, fue la primera persona encerrada en la Bastilla, cuando ésta pasó a ser cárcel, acusado de impiedad y herejía, a la muerte de su protector el rey Carlos V de Francia. Sin embargo, inaugurando otra costumbre, el pueblo se amotinó y lo liberó.
Hay ocasiones en que la historia parece rizar el rizo de la verosimilitud. Es el caso, por ejemplo, de lo sucedido al rey Humberto I de Italia (1844-1900), que cierto día de 1900 se asombró al observar que el propietario del restaurante donde cenaba tenía un gran parecido físico con él. Impresionado por la coincidencia, le mandó llamar y comprobó aún con mayor sorpresa que ambos habían nacido el mismo día del mismo año (14 de marzo de 1844); que el propietario estaba casado con una mujer que tenía el mismo nombre de pila que la reina (Margarita), y que había abierto su establecimiento el mismo día que el rey era coronado (9 de enero de 1878). Simpatizando con él ante tantas coincidencias, el rey invitó al propietario del restaurante a asistir al día siguiente (29 de julio de 1900) a un festival atlético que su majestad iba a presidir en Monza. En pleno acto deportivo, poco después de que el rey fuera informado de que el retraso de su invitado se debía a que había sido asesinado a balazos aquella misma noche, el anarquista Gaetano Bresci disparó sobre el monarca, matándole.
En cierta ocasión, el erudito francés Jean François Champollion (1790-1832) visitaba el Museo de Turín cuando en uno de sus almacenes encontró una caja que contenía restos de papiros. A la vista de que nadie sabía decirle de qué se trataba exactamente, y viendo que estaban clasificados como material inútil, comenzó a investigar los fragmentos, reuniéndolos pacientemente y ordenándolos, resultando que se trataba de la única lista existente de las dinastías egipcias, con los nombres y cronología de los faraones. Un documento de incomparable valor histórico.
El 2 de febrero de 1852, el sacerdote Martín Merino (1789-1852) —al que no hay que confundir con el más famoso Cura Merino, notable héroe de la Guerra de la Independencia y de las guerras carlistas— intentó asesinar a la reina española Isabel II (1830-1904), que salía de una misa de acción de gracias por su reciente parto. Pero el cuchillo se enganchó en las ballenas del corsé de la reina, desviándose la puñalada y causando sólo un leve rasguño a su majestad. El frustrado regicida fue rápidamente juzgado y ahorcado.
No es un hecho muy conocido el que el Titanic, aquel buque insumergible que se sumergió en su primera travesía oceánica, fue construido a semejanza de un barco gemelo, aunque algo más ligero, llamado Olimpic. Al ser botado, el Olimpic chocó con el crucero británico Hawke y tuvo que ser llevado a los astilleros de Belfast para su inmediata reparación.
Pero esta no es la única casualidad o coincidencia notable relacionada con el Titanic. En una novela escrita en 1898 por Morgan Robertson (1861-1915), titulada Futilidad, se narraba el hundimiento del buque transoceánico de lujo Titán, calificado de insumergible, al chocar contra un iceberg en aguas del Atlántico, una noche de abril. En la novela, como en el caso real, la ineficacia de los planes de salvamento, la carencia de un número suficiente de botes salvavidas y la extrema frialdad del agua hacen perecer a todos los viajeros. Lo curioso del caso es que esta novela fue publicada catorce años antes de que, en 1912, ocurriese el verdadero hundimiento del Titanic.
Y aún hay más. Parece ser que, en 1935, 23 años después del hundimiento del Titanic, William Reeves, marinero nacido precisamente el mismo día en que se hundió el trasatlántico, que estaba de guardia en su barco, tuvo un extraño presentimiento e hizo detener la marcha al cruzar una zona del océano Atlántico cercana a donde se había producido en 1912 aquella terrible catástrofe. Al observar detenidamente la zona, se comprobó que aquella parada había sido providencial, puesto que el buque estaba en rumbo de colisión con un gran iceberg. Lo más curioso de todo es que este tercer barco se llamaba Titanian.
Según cuentan biógrafos aficionados a este tipo de curiosidades, la vida del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883) estuvo marcada por la sombra del número 13. Además de nacer en 1813, su nombre y apellido tienen 13 y los números de su año de nacimiento suman 13. Sintió su primer impulso musical un 13 de octubre. Sufrió un destierro de 13 años. Compuso 13 óperas, terminando una de las más famosas, Tannhäuser, un 13 de abril. Esta misma obra, que fue estrenada en París el 13 de marzo de 1845, estuvo cincuenta años sin ser repuesta hasta el 13 de mayo de 1895. Su primera actuación al frente de una orquesta se produjo en Riga, en un teatro inaugurado un 13 de septiembre. Se fue a vivir a Bayreuth a una casa que fue abierta un 13 de agosto y que abandonó un 13 de septiembre. Su suegro, Franz Listz, le visitó por última vez el 13 de enero de 1883. Como no podía ser menos, Wagner falleció el 13 de febrero de aquel mismo año, en el que, por cierto, se conmemoraba el decimotercer aniversario de la unificación nacional alemana... No hay constancia de que Richard Wagner sufriera triscadeicafobia (es decir, fobia al número 13), pero evidentemente hubiera tenido razones para ello.
No se sabe si guarda o no alguna relación con esta insistente coincidencia con el fatídico número 13, pero lo cierto es que la biografía de Wagner está salpicada de desgracias y momentos delicados. Acuciado por perennes problemas de dinero, su vida estuvo marcada por un constante peregrinaje por diversas capitales europeas huyendo de sus acreedores. Por ejemplo, al ser despedido en 1839 de su cargo de director de la orquesta de Riga, la capital de Letonia, él y su esposa (y también su perro) huyeron del país en un pequeño bote con destino a Londres, literalmente perseguidos por los acreedores. En 1849, se combinaron además los problemas políticos y tuvo que huir apresuradamente de Dresde, escondido en un vagón de carga y con un pasaporte falso. En 1864, viviendo de nuevo en Dresde, no tuvo oportunidad de escapar de sus perseguidores y fue encarcelado por deudas. Afortunadamente para él, ese mismo año subió al trono de Baviera Luis II que, en su faceta de gran mecenas del arte, le tomó bajo su protección, eliminando de una vez por todas sus problemas económicos.
Un aprendiz del fabricante de lentes Hans Lippershey (1570-1619), aprovechando la ausencia momentánea de su maestro, pasaba el rato jugando con las lentes. Inesperadamente, al mezclar unas con otras, dio con una combinación que le permitía ver las cosas mucho más de cerca. A la vuelta del maestro le contó el curioso fenómeno y Lippershey, insertando las lentes en los dos extremos de un tubo opaco, inventó de ese modo el telescopio.
Las huellas más antiguas que se conocen del primer antepasado del hombre, el australopithecus afarensis, fueron descubiertas en Laetoli, Tanzania, en el transcurso de un partido informal de fútbol (con una boñiga de vaca como pelota), con el que se divertían los miembros de una expedición científica. Uno de los antropólogos cayó rodando por un terraplén y paradójicamente a cuatro patas, se topó literalmente de narices con la prueba de que hace 4 millones de años el hombre andaba erguido.
En 1840, el químico germano-suizo Christian Friedrich Schönbein (1799-1868) experimentaba en su laboratorio dejando pasar aire seco entre dos electrodos conectados a una corriente alterna de varios miles de voltios cuando comenzó a percibir un cierto olor que, en un primer momento, identificó como el olor de la electricidad. Dado que dicho olor le recordaba al del cloro, llegó a la conclusión de que lo que realmente estaba oliendo era una combinación inesperada de cloro con algún otra sustancia que no reconocía. De este modo, ignorando qué estaba oliendo realmente, acudió al griego y llamó a aquel gas desconocido ozono, es decir, en griego, "yo huelo", denominando a la forma más reactiva del oxígeno con un nombre que resultó plenamente apropiado, pues si algo caracteriza a este gas es precisamente su penetrante olor.
Tomado de EL LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS, por Gregorio Doval
El 5 de diciembre de 1664 se hundió un barco en el estrecho de Menay, en la costa norte de Gales, muriendo 82 pasajeros, todos los que componían el pasaje, salvo un hombre llamado Hugh Williams. El 5 de diciembre de 1785, otro barco se hundió, pereciendo 60 pasajeros y dejando un único superviviente, llamado Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860, el hundimiento de un tercer barco provocaba la muerte de 25 pasajeros y un único superviviente, llamado —¿cómo no?— Hugh Williains.
El 11 de noviembre de 1913, una tempestad hundió doce barcos en el Lago Superior de Norteamérica, con el resultado de 254 personas muertas. Diecisiete años después, también el 11 de noviembre, otra tempestad hundió cinco embarcaciones en el mismo lago, muriendo 67 personas. En 1975, ese mismo 11 de noviembre, un carguero repleto de mineral, el Edmund Fitzgerald, se rompió en dos en su travesía del lago a causa de una tormenta, muriendo sus 29 tripulantes.
Los cinco hijos del matrimonio estadounidense formado por Ralph y Carolyn Cummins nacieron un 20 de febrero pero de distintos años: Catherine, en 1952; Carol, en 1953; Charles, en 1956; Claudia, en 1961, y Cecilia, en 1966. ¡Todo un milagro de exactitud! Hay que tener en cuenta que se ha calculado que la probabilidad de que cinco hermanos no gemelos tengan la misma fecha de nacimiento es de 1 contra 17.797.577.730.
En la primavera de 1975, un bebé cayó desde una altura de 14 pisos en la ciudad estadounidense de Detroit, aterrizando sobre Joseph Figlock, ocasional transeúnte. Un año después, volvió a ocurrirle lo mismo al señor Figlock con otro niño. En ambos casos, todos los implicados sobrevivieron.
El constructor de la ciudadela de la Bastilla, Hugues Aubriot (?-1382), preboste de París y constructor también del Chátelet, el puente de Saint Michel y el primer sistema de cloacas abovedadas de la capital francesa, fue la primera persona encerrada en la Bastilla, cuando ésta pasó a ser cárcel, acusado de impiedad y herejía, a la muerte de su protector el rey Carlos V de Francia. Sin embargo, inaugurando otra costumbre, el pueblo se amotinó y lo liberó.
Hay ocasiones en que la historia parece rizar el rizo de la verosimilitud. Es el caso, por ejemplo, de lo sucedido al rey Humberto I de Italia (1844-1900), que cierto día de 1900 se asombró al observar que el propietario del restaurante donde cenaba tenía un gran parecido físico con él. Impresionado por la coincidencia, le mandó llamar y comprobó aún con mayor sorpresa que ambos habían nacido el mismo día del mismo año (14 de marzo de 1844); que el propietario estaba casado con una mujer que tenía el mismo nombre de pila que la reina (Margarita), y que había abierto su establecimiento el mismo día que el rey era coronado (9 de enero de 1878). Simpatizando con él ante tantas coincidencias, el rey invitó al propietario del restaurante a asistir al día siguiente (29 de julio de 1900) a un festival atlético que su majestad iba a presidir en Monza. En pleno acto deportivo, poco después de que el rey fuera informado de que el retraso de su invitado se debía a que había sido asesinado a balazos aquella misma noche, el anarquista Gaetano Bresci disparó sobre el monarca, matándole.
En cierta ocasión, el erudito francés Jean François Champollion (1790-1832) visitaba el Museo de Turín cuando en uno de sus almacenes encontró una caja que contenía restos de papiros. A la vista de que nadie sabía decirle de qué se trataba exactamente, y viendo que estaban clasificados como material inútil, comenzó a investigar los fragmentos, reuniéndolos pacientemente y ordenándolos, resultando que se trataba de la única lista existente de las dinastías egipcias, con los nombres y cronología de los faraones. Un documento de incomparable valor histórico.
El 2 de febrero de 1852, el sacerdote Martín Merino (1789-1852) —al que no hay que confundir con el más famoso Cura Merino, notable héroe de la Guerra de la Independencia y de las guerras carlistas— intentó asesinar a la reina española Isabel II (1830-1904), que salía de una misa de acción de gracias por su reciente parto. Pero el cuchillo se enganchó en las ballenas del corsé de la reina, desviándose la puñalada y causando sólo un leve rasguño a su majestad. El frustrado regicida fue rápidamente juzgado y ahorcado.
No es un hecho muy conocido el que el Titanic, aquel buque insumergible que se sumergió en su primera travesía oceánica, fue construido a semejanza de un barco gemelo, aunque algo más ligero, llamado Olimpic. Al ser botado, el Olimpic chocó con el crucero británico Hawke y tuvo que ser llevado a los astilleros de Belfast para su inmediata reparación.
Pero esta no es la única casualidad o coincidencia notable relacionada con el Titanic. En una novela escrita en 1898 por Morgan Robertson (1861-1915), titulada Futilidad, se narraba el hundimiento del buque transoceánico de lujo Titán, calificado de insumergible, al chocar contra un iceberg en aguas del Atlántico, una noche de abril. En la novela, como en el caso real, la ineficacia de los planes de salvamento, la carencia de un número suficiente de botes salvavidas y la extrema frialdad del agua hacen perecer a todos los viajeros. Lo curioso del caso es que esta novela fue publicada catorce años antes de que, en 1912, ocurriese el verdadero hundimiento del Titanic.
Y aún hay más. Parece ser que, en 1935, 23 años después del hundimiento del Titanic, William Reeves, marinero nacido precisamente el mismo día en que se hundió el trasatlántico, que estaba de guardia en su barco, tuvo un extraño presentimiento e hizo detener la marcha al cruzar una zona del océano Atlántico cercana a donde se había producido en 1912 aquella terrible catástrofe. Al observar detenidamente la zona, se comprobó que aquella parada había sido providencial, puesto que el buque estaba en rumbo de colisión con un gran iceberg. Lo más curioso de todo es que este tercer barco se llamaba Titanian.
Según cuentan biógrafos aficionados a este tipo de curiosidades, la vida del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883) estuvo marcada por la sombra del número 13. Además de nacer en 1813, su nombre y apellido tienen 13 y los números de su año de nacimiento suman 13. Sintió su primer impulso musical un 13 de octubre. Sufrió un destierro de 13 años. Compuso 13 óperas, terminando una de las más famosas, Tannhäuser, un 13 de abril. Esta misma obra, que fue estrenada en París el 13 de marzo de 1845, estuvo cincuenta años sin ser repuesta hasta el 13 de mayo de 1895. Su primera actuación al frente de una orquesta se produjo en Riga, en un teatro inaugurado un 13 de septiembre. Se fue a vivir a Bayreuth a una casa que fue abierta un 13 de agosto y que abandonó un 13 de septiembre. Su suegro, Franz Listz, le visitó por última vez el 13 de enero de 1883. Como no podía ser menos, Wagner falleció el 13 de febrero de aquel mismo año, en el que, por cierto, se conmemoraba el decimotercer aniversario de la unificación nacional alemana... No hay constancia de que Richard Wagner sufriera triscadeicafobia (es decir, fobia al número 13), pero evidentemente hubiera tenido razones para ello.
No se sabe si guarda o no alguna relación con esta insistente coincidencia con el fatídico número 13, pero lo cierto es que la biografía de Wagner está salpicada de desgracias y momentos delicados. Acuciado por perennes problemas de dinero, su vida estuvo marcada por un constante peregrinaje por diversas capitales europeas huyendo de sus acreedores. Por ejemplo, al ser despedido en 1839 de su cargo de director de la orquesta de Riga, la capital de Letonia, él y su esposa (y también su perro) huyeron del país en un pequeño bote con destino a Londres, literalmente perseguidos por los acreedores. En 1849, se combinaron además los problemas políticos y tuvo que huir apresuradamente de Dresde, escondido en un vagón de carga y con un pasaporte falso. En 1864, viviendo de nuevo en Dresde, no tuvo oportunidad de escapar de sus perseguidores y fue encarcelado por deudas. Afortunadamente para él, ese mismo año subió al trono de Baviera Luis II que, en su faceta de gran mecenas del arte, le tomó bajo su protección, eliminando de una vez por todas sus problemas económicos.
Un aprendiz del fabricante de lentes Hans Lippershey (1570-1619), aprovechando la ausencia momentánea de su maestro, pasaba el rato jugando con las lentes. Inesperadamente, al mezclar unas con otras, dio con una combinación que le permitía ver las cosas mucho más de cerca. A la vuelta del maestro le contó el curioso fenómeno y Lippershey, insertando las lentes en los dos extremos de un tubo opaco, inventó de ese modo el telescopio.
Las huellas más antiguas que se conocen del primer antepasado del hombre, el australopithecus afarensis, fueron descubiertas en Laetoli, Tanzania, en el transcurso de un partido informal de fútbol (con una boñiga de vaca como pelota), con el que se divertían los miembros de una expedición científica. Uno de los antropólogos cayó rodando por un terraplén y paradójicamente a cuatro patas, se topó literalmente de narices con la prueba de que hace 4 millones de años el hombre andaba erguido.
En 1840, el químico germano-suizo Christian Friedrich Schönbein (1799-1868) experimentaba en su laboratorio dejando pasar aire seco entre dos electrodos conectados a una corriente alterna de varios miles de voltios cuando comenzó a percibir un cierto olor que, en un primer momento, identificó como el olor de la electricidad. Dado que dicho olor le recordaba al del cloro, llegó a la conclusión de que lo que realmente estaba oliendo era una combinación inesperada de cloro con algún otra sustancia que no reconocía. De este modo, ignorando qué estaba oliendo realmente, acudió al griego y llamó a aquel gas desconocido ozono, es decir, en griego, "yo huelo", denominando a la forma más reactiva del oxígeno con un nombre que resultó plenamente apropiado, pues si algo caracteriza a este gas es precisamente su penetrante olor.
Tomado de EL LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS, por Gregorio Doval
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